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jueves, 20 de octubre de 2016

PERÍODO DESDE 1829 A 1852

La Confederación rosista (1829-1852)

El primer gobierno de Rosas (1829-1832)

Juan Manuel de Rosas
Rosas despreciaba el desorden y el estado de guerra permanente en el que se había sumergido el país a partir de la Revolución de Mayo. Quería restablecer una sociedad en la que los hombres fueran obedientes de las jerarquías y los negocios pudieran desarrollarse sin trastornos. En estos propósitos era apoyado por los demás hacendados y los comerciantes ricos de Buenos Aires.

Rosas comprendió la utilidad del apoyo de los sectores más pobres de la ciudad para lograr estos fines. Del mismo modo que lo había hecho antes con los gauchos, adoptando sus costumbres, Rosas se ganó la simpatía de la gente humilde de Buenos Aires (artesanos, trabajadores de los mataderos, sirvientes): en la ciudad intervenía en las festividades populares, hablaba en el lenguaje de estos sectores y promovía que su hija y su esposa apoyaran las organizaciones parroquiales de los barrios más pobres.

Con el sostén de los de su clase y la adhesión de los sectores populares, el Restaurador se propuso restablecer el orden. El problema más grave en ese momento era el general Paz, quien tras derrotar nuevamente a Quiroga en la batalla de Oncativo, a comienzos de 1830, logró controlar desde Córdoba todo el Interior, sancionó una constitución unitaria y amenazaba con imponerla en todo el país. El 31 de agosto de 1830, los agentes diplomáticos de Córdoba, Mendoza, San Juan, San Luis, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja establecieron un supremo poder militar a cargo del gobernador cordobés, con el propósito de defender a las provincias firmantes de una posible agresión externa hasta el establecimiento de una autoridad nacional. Esta alianza fue conocida como Liga del Interior, que tendría además el poder de intervenir en las provincias para resguardar la vigencia del sistema representativo de gobierno. Por último, todas las firmantes le retiraban a Buenos Aires el encargo de las relaciones exteriores.

Ante esta situación, el Litoral vio la necesidad de una alianza. Entre el 20 y el 30 de junio de 1830 se reunieron en Santa Fe los representantes de esta provincia, Buenos Aires, Entre Ríos y Corrientes. Las deliberaciones no llegaron a buen puerto al principio a causa del debate entre el representante de Corrientes y el de Buenos Aires. Corrientes reclamaba aplicar una política aduanera proteccionista que prohibiera la entrada de artículos extranjeros producidos por las industrias provinciales; mientras que Buenos Aires se oponía con el argumento de que una política de esa naturaleza perjudicaría a la población porque resultaría en una suba de los precios y el comercio internacional. Ante la negativa de Buenos Aires y la indiferencia de Santa Fe y Entre Ríos, Ferré se retiró de las negociaciones.

Sin la participación de Corrientes, el 4 de enero de 1831 las otras tres provincias firmaron el Pacto Federal, que establecía que Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos (invitaban a Corrientes a firmar el tratado con posterioridad) iban a socorrerse si alguna resultaba atacada. Además, determinaba que cuando hubiera tranquilidad, se las convocaría para organizarse bajo el sistema federal de gobierno. El pacto reconocía la libertad y la independencia de las provincias firmantes y creaba una comisión representativa de los gobiernos signatarios, que ejercería por su expresa delegación una serie de atribuciones, entre las que se contaban declarar la guerra, firmar tratados de paz y organizar un ejército. Se establecía también que se invitaría a las demás provincias, cuando estuvieran en plena libertad y tranquilidad, a reunirse con las del Litoral para darse una organización federal.

Poco después de haberse firmado el tratado, un golpe de suerte permitió a los federales tomar prisionero a Paz, en mayo de 1831. En muy poco tiempo, la Liga del Interior se derrumbó y todas las provincias que la componían se sumaron al Pacto Federal. Desde ese momento, también las disposiciones militares del pacto perdieron importancia y pasó a primer plano lo referido a la organización del país. Las provincias reclamarían repetidas veces que se atendiera esta cuestión, pero Rosas siempre postergaría el asunto.

El Pacto dio como resultado una organización confederal que duró hasta el fin del gobierno de Rosas, en 1852. Las provincias tenían sus monedas, sus aduanas y sus ejércitos propios. Pero al no existir un órgano como la Comisión Representativa prevista en el Pacto Federal, el poder de Buenos Aires se fue afianzando merced al desempeño de las relaciones exteriores que las provincias delegaron en ella y, sobre todo, por el poderío económico que le daban la expansión de la ganadería y las rentas de la aduana.

En 1832, Rosas terminó su gobierno en el que, con el propósito de mantener el orden, había impuesto la censura de prensa y establecido el uso obligatorio del distintivo federal, el cintillo punzó, a todos los servidores públicos. Pero para ese año, con la caída de la Liga del Interior, estas medidas habían dejado de tener justificación y surgieron disidencias entre los federales porteños. Estas se expresaron cuando la Junta de Representantes ofreció a Rosas la reelección, pero sin el ejercicio de las facultades extraordinarias. El Restaurador no aceptó por que  estaba convencido de la necesidad de una mano fuerte para mantener el orden lo grado y se retiró a la espera del momento oportuno para volver.

El segundo gobierno de Rosas (1835-1852)

 Un crimen político posibilitó que el Restaurador gobernara nuevamente en pocos meses, cuando en 1835 fue asesinado Facundo Quiroga, el caudillo de La Rioja, quien dominaba esa provincia desde 1821 y había logrado controlar todo el Noroeste. Quiroga luchaba contra los unitarios y era llamado "el Tigre de los Llanos", por su valor en combate. Su predominio sobre la región se cortó con las batallas de La Tablada (1829) y Oncativo (1830), en las que el general Paz lo derrotó. Se estableció entonces en Buenos Aires, donde Rosas lo protegía; este aprovechó lo que quedaba de su prestigio para enviarlo a una intermediación de paz entre dos provincias del Norte. Al volver de esta misión fallida, Quiroga fue asesinado en Barranca Yaco (1835).

La posibilidad de nuevos atentados llevó a la Junta de Representantes a ofrecerle el gobierno a Rosas con la suma del poder público, que significaba la concentración en su persona de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. La Junta le concedió estos poderes extraordinarios expresando que interpretaba así el sentir de la opinión pública.

El 13 de abril de 1835 Rosas prestó juramento ante la Junta y asumió el mando. La proclama leída por el Restaurador no dejaba dudas acerca de cómo sería su gobierno: perseguiría hasta la muerte "al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo al traidor(...)".

Para combatir a la oposición y sostener su poder, el gobernador apeló a reservar los cargos públicos para quienes eran federales decididos, a la intimidación o el asesinato de quienes eran opositores, a la confiscación de sus propiedades, a la censura de la prensa y a la obligación de usar el distintivo federal.

La Sociedad Popular Restauradora, una organización integrada por unos 200 hacendados federales, estaba encargada de llevar adelante la identificación de los unitarios. Su fuerza de choque, la Mazorca, realizaba los atentados y los asesinatos políticos ordenados por la sociedad.

Rosas se mantuvo en el Gobierno desde abril de 1835 hasta febrero de 1852. Fueron diez siete años durante los cuales gozó de paz interna o internacional solo en 1835 y 1836.

Al acabar su período de cinco años, término por el cual había sido nombrado, la Junta de representaciones le prorrogó primero un semestre (1840), y luego lo reeligió sucesivamente hasta su caída. Durante ese largo lapso las provincias confiaron de hecho  y de derecho al gobernador de Buenos Aires la representación Exterior, de tal manera que, la Confederación Argentina fue  aceptada como un ente real en el plano de las relaciones internacionales.

La persistente intriga de los unitarios para recuperar el poder se tradujo en continuas luchas que tuvieron como centro, especialmente a las provincias del Litoral.

Por otra parte, la apetencia colonialista de Inglaterra y de Francia, desatada sobre todo a partir de 1830, coadyuvó a mantener la Confederación Argentina en constante actitud beligerante. Ese estado de  guerra internacional sostenido eficientemente  por Rosas, contribuye a que las provincias depositaron en él su confianza y aunó las voluntades en torno del férreo gobernador de Buenos Aires. Pero el bloqueo casi continuo del puerto y la necesidad de mantener un fuerte ejercito, desequilibraron las finanzas y restaron esfuerzos que de otro modo, no hubiera podido dedicarse al progreso del país.

Si bien se incremento la agricultura y la ganadería, aumento el numero de talleres artesanales y artesanos, se introdujo la máquina de vapor, creció el número de propietarios, se afirmó la clase media y se saneó en lo posible la moneda, nuestra patria acusó el impacto de las continuas guerras sostenidas durante diez y siete años de intolerancia e incomprensión entre los argentinos.

PENSAMIENTO SOBRE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

Los unitarios, de acuerdo con los movimiento constitucionalistas europeos, sostenían la necesidad inmediata de dar al país una Constitución que asegurara "el progreso y la felicidad de la patria". Rosas manifestó repetidas veces que era necesario proceder en el orden siguiente:        

Cada provincia debía ordenar su vida política interna primero, dictando sus propias constituciones y leyes. Luego y sólo después de que cada provincia estuviera, perfectamente organizada, podría convocarse un Congreso que dictara la constitución Nacional y estableciera el régimen federativo. Finalmente para Rosas, la organización provincial debía preceder a la organización nacional tal como había sucedido en Estados Unidos de América del Norte. Entretanto, las provincias se unirían entre sí mediante pactos y acuerdos que predispusieran a aceptar un gobierno central.


Está claro que el error de los unitarios consistió en creer que con la sola promulgación de una Constitución General la unidad nacional se establecía por sí misma. El de Rosas, en cambio, consistió en restarle importancia a la Constitución.

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